 Cuando miré el mundo por primera vez me di cuenta que estaba sola, y me dio una pena horrible, lloré a mares mil veces, pero el sol evaporó mis lágrimas y me construyó un castillo en las Nubes. Decidí quedarme ahí y mirar, sólo observar... pero aún estaba sola.Mucho tiempo pasó en que no quise bajar de mi Nube sólo por capricho, porque no veía nada que me llamara la atención, no veía una sola alma que fuera digna de acompañarme. Gran error. Me estaba negando a la vida, me estaba autoinflingiendo el dolor de la soledad. Levanté mi propio muro, tan alto, tan alto, que hasta yo, cuando quise, fui incapaz de salir. Con el tiempo me olvidé de lo que era estar viva, sólo vagaba por el mundo, ya no era la dueña de la Nube, sino que yo misma era la Nube. Pero un día vi desde lo alto a un niño que no temía nada, que era capaz de reir de todo. Entonces sentí envidia, y quise vivir. Mi muro calló, y pude estrenar unos pulmones que ya habían olvidado cómo respirar, un corazón que había olvidado como latir, unos músculos que no sabían contraerse, un cuerpo que al fin podía recuperarse de la muerte. Miré los árboles, los pájaros, los colores, y me sentí viva. Solté una carcajada y sentí que podía correr, danzar... Y entonces lo vi... el niño, el niño... y mi corazón latió más fuerte por primera vez, y me costó respirar... Y yo que pensaba que había aprendido a vivir... no, no había aprendido, porque aún no sabía amar. Fue el niño quien me enseñó a amar... Unos brazos que no sabían abrazar, lo abrazaron. Una boca que no sabí besar, lo besó... Fue el niño quien me enseñó a vivir... Y entonces abracé el amor...
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